No digas: PADRE
Si cada día no te comportas como hijo.
No digas: NUESTRO
Si vives aislado en tu egoísmo
No digas: QUE ESTAS EN LOS CIELOS
Si solo piensas en las cosas terrenales.
No digas: SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Si no lo honras, ni lo alabas.
No digas: VENGA A NOSOTROS TU REINO
Si lo confundes con el éxito material.
No digas: HÁGASE TU VOLUNTAD
Si no lo aceptas cuando es dolorosa.
No digas: DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA
Si no te preocupas por la gente que tiene hambre.
No digas: PERDONA NUESTRAS OFENSAS
Si guardas rencor a tu hermano.
No digas: NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN
Si tienes la intención de seguir pecando.
No digas: LÍBRANOS DEL MAL
Si no tomas partido contra el mal.
No digas: AMEN
Si no has entendido o no has tomado en serio las palabras del padre
nuestro
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Un día
llamaron a la puerta de un convento, y abrió el
hermano portero llamado Barragán, este vio con asombro
que un hortelano de las tierras de al lado le
entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le
causó admiración, diciéndole: hermano te regalo este
racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención
que me prestas cada vez que vengo al convento, sin
pensarlo dos veces el hermano portero le dio las
gracias por tan precioso regalo y le dijo que no
tardarían mucho en dar cuenta de él.
Apenas salió
el hortelano del convento ya se relamía
pensando en que se lo comería el solo y no decir nada
a los demás, al fin y al cabo se lo habían regalado
para él.
Lo lavó y
dejó escurrir en un clavo que había colgado
en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín
que le esperaba.
Pero la viva
conciencia del hermano portero le hizo
pensar que en el convento había un hermano enfermo que
no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad.
Este pensó para sí que sería una buena obra alegrarle
el día a este enfermo y de paso llenarle el estómago,
tan necesitado de alimento.
Sin pensarlo mucho
descolgó el racimo de uvas y se fue
a la enfermería a regalárselo a tan delicado enfermo.
El enfermo al ver el racimo abrió los ojos
sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le
dijo: Hermano Matías me han regalado este racimo para
mí, pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no
te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el
apetito, el hermano Matías se lo agradeció de corazón
que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se
moría le tendría muy presente cuando estuviera en el
Cielo con Nuestro Señor. El portero le buscó una
fuente donde le colocó el racimo para que fuera
picando cuando gustara. Dejándolo solo, se fue para la
portería pensando en la gran obra que había hecho por
su hermano Matías.
El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena
cuenta del, pero pensó que si lo dejaba haría un buen
sacrificio para remisión de sus pecados y bien
de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano
enfermero que le atendía con tanta caridad y se
desvivía por él por las noches.
Gritó al hermano enfermero pensando este que le
sucedía algo por la insistencia en que le llamaba.
Hermano Esteban me ha traído el hermano portero este
racimo para que lo degustara pensando en mi
enfermedad, pero pensé que, ya que no me
entra nada en el estómago y pudiérase que me hiciera
daño he pensado que te lo comas tú, que te portas tan
bien conmigo. El Hermano Esteban insistía en que
lo intentara comérselo pero cuanto más insistía el
enfermero mas lo rechazaba el enfermo. Este decidió
comérselo en su celda dándole las gracias por tan
precioso regalo.
Y mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor
que comérselo él, se lo daría al Hermano cocinero que
bien se esmeraba para que todos lo frailes comieran lo
poco que les llegaba de la huerta y de donativos. Bajó
a la cocina y encontrándose con Buenaventura el
hermano cocinero y topándose de bruces con él y el
racimo le dijo: mira, lo que me han regalado, pero te
lo regalo a ti para que saborees estas uvas tan
hermosas, como hermoso es tu corazón, el hermano
Buenaventura quitándole importancia a lo que decía, le
insistió que se lo diera mejor al prior ya que era tan
responsable con la comunidad.
Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por
todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la
portería donde el hermano portero, extrañado y
perplejo por el suceso decidió que no diera más
vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se
lo comió con tal gusto que le pareció las uvas más
sabrosas que jamás hubiera comido.
Cuando das todo lo
mejor de ti para con tus hermanos,
El Señor no te recompensa el treinta, ni el cincuenta
sino el ciento por uno...
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